
Ni siquiera en fin de año la afición puede pasar días tranquilos. El Grinch del balón, la Federación Peruana de Fútbol, manoseó las expectativas de dos equipos del centro del país, Atlético Minero y Sport Águila, y rechazó el partido que debía definir el ascenso de alguno de ellos a Primera División. ¿Habrá cometido la dictadura de Burga esta vez un error estratégico capital?
A estas alturas de la vida y el año, ya no produce rabia el desvarío continuo que produce la Federación Peruana de Fútbol con sus burdas decisiones en torno de cualquier tema que afecte al balompié nacional. El convencimiento de saber que se juega en dictadura equivale al que producen esos partidos que se saben amañados de antemano, y hasta extienden algo de lástima por sus protagonistas.
Lástima por Burga, el ciudadano peruano con mayor nivel de rechazo público a pocos días de acabar 2007, desprecio reflejado en el hecho de que los muñecos quemables de Año Nuevo inspirados en él encabecen ventas en el Centro de Lima por encima de los de procesados y encarcelados. Qué triste debe ser la vida de alguien que no puede salir a la calle porque apenas lo reconocen es presa de insultos y vejámenes, como le ocurriera hace unos meses en compañía de su familia en el propio Óvalo Gutiérrez, uno de los lugares más apacibles de la ciudad. Qué drámatico debe ser para una persona no poder ir siquiera a ver un partido definitorio de un campeonato que él mismo organiza y jugado en su propia ciudad natal (Chiclayo), por temor a afrontar el repudio de la masa. Qué patético debe ser ver cómo el periodismo que alguna vez creyó en él y lo defendió de las injurias de Rospigliosis, Navarros y demás figuras cancerígenas que han circundado al balompié durante los últimos años rechaza hoy sus formas autoritarias y le dispensa, con razón, las portadas burlescas que otros le obsequiaron gratiutamente una década atrás. Ir en contra de todo y contra todos: señal inequívoca de enceguecimiento por el poder, síntoma evidente de dictadura que comienza a desandar el camino de su propio desastre.
Lástima por Silvestri Somontes, la única persona que tiene el innoble designio de haber sido víctima de un atentado con bomba en un automóvil en este país después de controlado del terrorismo. Un exceso de violencia de ese tipo es injustificable y condenable; pero el solo hecho de que se haya llegado a tal punto de agresión refleja la desesperación que genera el latrocinio que un personaje ha hecho del honor uno de los equipos más queridos del balompié peruano, el Deportivo Municipal. A la ‘Academia’ distintas juntas directivas la manejaron mal y la hicieron pasar tardes vergonzosas con descensos incluidos, pero jamás habiendo llegado al punto de presentar juveniles y subyugando el honor del escudo edil a un entrampamiento de reglas que le permitiera salvar la categoría por lo bajo. Como no sabe de fútbol más que lo que pudo aprender viendo tapar a su hijo -sobran comentarios-, nunca entenderá que ‘Muni’ cayó al hoyo varias veces, pero siempre con dignidad. Y que esa Banda del Basurero que sigue a su equipo a todas partes funda su honor en el hecho de haber caído varias veces peleando, pero con artes decentes.
Tan apocalíptico ha sido su accionar que más de un hincha edil ha evocado las épocas de Rafael Hernando como ejemplo de conducta dirigencial. Qué asco de gestión.
Pero la respuesta pueril de esta gavilla fue tan cobarde que dañó a quienes menos tenían que ver con sus intrigas. Atacó directamente a dos equipos del centro del país como Atlético Minero y Sport Águila, a cuyas aficiones se les ha manoseado la ilusión de llegar a Primera División.
DeChalaca.com repudia que exista tanta enanura mental como para destrozar de ese modo la escasa cultura futbolera que hay en el país. Sobre todo luego de haber visto cómo el pueblo de Matucana en pleno llegó al Callao para ver a Minero jugarse el ascenso ante Hijos de Acosvinchos en la última jornada de Segunda División, o de ver el estadio Huancayo abarrotado con 20 mil espectadores para seguir al Águila de Mifflin Bermúdez en su lucha por la Copa Perú. El absurdo está incluso más allá de que Minero haya tenido que recomponer un equipo ya de vacaciones y contratar un técnico (José Ramírez Cuba) solo para el partido que iba a jugar, o que la FPF haya cobrado a Águila el alquiler de la concentración de la Videna mientras se preparaba para la definición. Simplemente pasa por que se transmita a aficiones honestas en sus sentires la señal de que sus intereses no valen, de que puede pisotearse a sus equipos como si nada. Un despropósito contra cualquier ley básica de marketing, en un país que cada vez -además- evoca más el concepto de inclusión social en todos sus estamentos, salvo, para variar, en los concernientes al fútbol.Pese a todo, y casi como irónico consuelo, cabe reparar en que Burga y compañía podrían estar incurriendo en un grave error estratégico. No es lo mismo amnistiar a un equipo y ganarse algunos aplausos en Huaraz que tirarle un portazo en la cara a un pueblo tan bravío como el huancaíno. Y no se trata de invocar marchas de protesta o hasta bloqueos de carretera como folclóricamente se ha propuesto desde más de un sector durante las últimas horas;
se trata solo de que ya hay un departamento en pie de guerra terminante contra esta administración, y que en términos de fuerza de choque de opinión vale mucho más a la larga, por ejemplo, que el apoyo que pueda brindar un club como Total Clean que con suerte tiene como hinchas a Enciso Rivera y algún generoso planchador de ternos en Sachaca. Cuánto peso mediático de cara al exterior puede ejercer vía Internet tener a una toda ciudad en contra que contar con adláteres que ni siquiera pueden actualizar una página web como la de la FPF con información básica como los datos de los jugadores que integran el seleccionado nacional. Esa falta de visión, indefectiblemente, pasará factura en un plazo no muy largo a esta dictadura del fútbol, signada por el manejo arcaico y con el estilo juvenalesco como paradigma de gestión.
Pero Marcos Calderón, como se diría coloquialmente, no entraba en vainas. "Corrí fuerte para demostrar que estaba bien y la lesión me recrudeció”, diría Reynoso después. Al ‘Oso’ eso le importaba muy poco: “No va”, fue su respuesta escueta. Eso determinó que el martes 8, un joven de 17 años que ya se había hecho de un sitio en la volante blanquiazul no estuviera en la nómina de pasajeros que abordó un Fokker de la Marina de Guerra rumbo a la eternidad. En medio del dolor de los días postreros, la prensa no dejaba de reparar en un detalle: de los cuatro jugadores que habitualmente alternaban en el equipo y habían sobrevivido al accidente, el ‘Cabezón’ era el único que pertenecía a la saga de los ‘Potrillos’ -Juan Illescas, el ‘Gatito’ Espino y ‘Colibrí’ Rodríguez eran de otras generaciones-. Por algo, entonces, luego de que el ‘Nene’ Cubillas dejara el club tras el subcampeonato posterior a la tragedia, la capitanía cayó en su juvenil brazo. Juan, hecho para sufrir. Al lado de perder a todos sus compañeros de promoción antes de cumplir la mayoría de edad, cualquier vivencia difícil que le depare el fútbol, como estar una rueda sin ganar al frente de un equipo colero, es manejable. Juan, como ‘Bolo’, duro ante la adversidad.
Nicolás Delfino y Alfredo González -sí, en alguna época conversaban- habían gestado la transferencia y aunque sonara rarísimo, Reynoso era de la ‘U’ en un verano en que Alianza se debatía en una crisis económica terrible y apostaba a afrontar la campaña con juveniles (Waldir y compañía). Alguna vez trascendería que, en su última tarde en Matute, el ya afianzado zaguero central fue consultado en privado por su decisión; dicen que caminó hacia Occidente con el periodista, le mostró un carrito sanguchero y le comentó que, los días de partido, era atendido por el ex golero de un cuadro nisei de Pueblo Libre que se había retirado la temporada anterior, tras el descenso de su club. “Yo no quiero hacer taxi a los 30”, remataría el ‘Cabezón’. Sin duda, para el hincha tal razón valía poco o nada, y sería muy posible que el periodista de hoy, de volver a ser el niño de ayer, destrozara otra vez en pedacitos el póster del capitán con la camiseta blanquiazul auspiciada por el Banco de Comercio. Juan, traidor. Tiempo después, cuando daba su primera vuelta olímpica con la ‘U’ y unos hinchas vestidos de quinceañera recordaban que aliancismo y campeonato eran, por entonces, sustantivos incompatibles, la balanza se inclinaría hacia el lado de la decisión correcta, esa que le abrió las puertas del fútbol mexicano; como cuando desde el banco tacneño sacaba del campo a figuras -Cominges, Vásquez- para hacer cambios que aseguraran un resultado, mezquino pero útil, a toda costa. Juan, como ‘Bolo’, pragmático.
Quien suscribe recuerda imborrablemente la tarde del 2 de junio de 1996, ante Colombia en el estadio Nacional, cuando un insoportable hincha sentado una banca atrás hacía las veces de sucursal de dos seudoperiodistas con apodo de felinos y se la había pasado desde el primer minuto tildando a Oblitas de argollero y a Reynoso de lento. Corrían 2’ del complemento y los epítetos habían llegado a tal nivel de lo insoportable que no quedó más que voltear a decirle al tipo que se callara de una buena vez; lo curioso es que, efectivamente, se calló, pero no por el reclamo, sino porque el resto del estadio se había parado a rugir un gol. Al volver la mirada al campo, la retina no alcanzó a ver el tanto, pero sí al ‘Cabezón’ abrazado por Zegarra lleno de grito furioso de gol en la boca, el gol que hizo que Perú empezara a pelear por algo en esa Eliminatoria. El aprendiz de tigrillo no habló más, pero seguramente sí lo hizo 16 meses después después, cuando en Santiago de Chile tuvo lugar la jugada que, a diferencia de la anterior, todos asocian con el apellido Reynoso al evocar esa Eliminatoria: centro a Salas, marca débil del capitán peruano, ‘Matador’ bajándola de pecho en su casa, 4-0 humillante. Juan,
Pero el ‘Pacho’ y el verso eran uno solo, y el nombre del ‘Cabezón’ jamás apareció en el listado de convocados para el primer partido ante
A lo mejor el ‘Cabezón’, para ganar titulares, debió poner una cebichería en vez de dedicarse a estudiar y trabajar como asistente en el Necaxa, pero lo cierto es que esa inversión le reportó réditos en su arribo al Perú. Técnico de saco y corbata, organizador de conferencias de prensa post-partido, Reynoso ha terminado siendo uno de esos personajes que permiten soñar con un fútbol moderno, auténticamente desarrollado, de primer mundo, en el que se hable de táctica más que de farándula. Con la palabra parca pero respetuosa ante la prensa, con el perfil bajo que lo esconde en el camarín apenas su equipo se consagra campeón para que sean los jugadores quienes se roben el protagonismo ante los micrófonos. Juan, siempre sobrio y elegante. El hombre que en la cabeza alberga más sensatez que las puras ansias de gol características de sus colegas encontró, en la frontera sur, simbiosis con un pequeño enclave de trabajo planificado, filosofía de largo plazo, promoción de jugadores y nula desesperación ante los malos resultados eventuales. Juan, como ‘Bolo’, serio y campeón. 
En realidad, en esta página nos importa muy poco qué pueda hacer o no un futbolista antes o después de jugar un partido; lo que sí nos interesa bastante es que en los 90 minutos que ese jugador salta al campo para defender la camiseta de la selección ofrezca lo mejor de sus posibilidades. Y si las actividades previas o posteriores impiden esto último, son condenables. Por eso, nos parece inaceptable que jugadores como Pizarro o Farfán,
O por que se ha tenido que esperar a diciembre para definir que el 2008 jugarán 14 equipos y el decimocuarto cupo deberá definirlo el Atlético Minero, que ya estaba de vacaciones y ha debido reclutar a su plantel nuevamente, con el subcampeón de la Copa Perú, que podría ser el Aurich, cuyo asistente técnico ('Tito' Chumpitaz) dirigía hasta hace unas semanas al Minero. Esos, y no
En esta página web creemos que quien haya roto un código de disciplina en un equipo debe ser marginado y jamás regresar, así se apellide Cueto o lo poden 'Lolo'. Pero también estamos convencidos de que en algunos meses, serán los mismos programas y periódicos los que atiborren pantallas y llenen páginas con la telenovela del retorno de los ahora sancionados, casi sustituyendo mágicamente la palabrita "castigo" por "revancha". El hincha es el único que puede hacer algo al respecto: ser más coherente en su discurso, y no ser el cómplice que pidió más de una vez el regreso a la selección de gente como Carlos 'Kukín' Flores, Juan 'Chiquito' Flores o ahora Mario 'Machito' Gómez. ¿Alguna vez dejará este de ser el país de las segundas oportunidades?
Pero esa casaca me bastó para ataviarme el domingo cuando por la televisión veía al ‘Grana’, el equipo argentino del que me hice hincha hace 11 años, ganar el primer título local de su historia en la mítica ‘Bombonera’.
Pero el volante no ató ni desató, y más bien Lanús se puso en ventaja con un cabezazo de Alejandro Simionato en el primer tiempo. La masacre llegaría en el complemento: en tan solo cinco minutos, Claudio Enría, el ‘Caio’ para mayores señas, perforó tres veces el arco de Rafael Quesada y selló un 0-4 aplastante. Extraje dos conclusiones: i) ‘Pañalón’ no podía pararse más en la meta de Alianza; ii) El día que un delanterazo como Enría estuviera a punto de colgar los botines, vendría al Perú para ser goleador de la temporada, como por aquel ’96 lo demostraba Adrián Czornomaz y luego lo ratificarían el ‘Cocayo’ Dertycia y ‘Luifa’ Artime.
Poco importaba que no saliera campeón en ese torneo, o en el siguiente: lo relevante era promocionar jugadores de las divisiones menores y construir una identidad de institución sólida. ¿Y por qué Lanús y no el exitoso Vélez que por esa época dirigía Carlos Bianchi, entonces? A lo mejor allí sí jugaba el plano menos racional del caso: porque su arquero no era un paraguayo con ínfulas fanfarronescas, sino un atajador sencillo y trabajador como el ‘Lechuga’ Roa que se empezaba a descubrir como el mejor arquero argentino de los años noventa. De esas épocas data la memoria: Roa; Loza, Simionato, Schurrer y Armando González; Cravero, Peinado, Ibagaza y Hugo Morales; Enría y el ‘Chupa’ López. Poco a poco se hizo de un lugar en el equipo ‘Juanjo’ Serrizuela, y en los segundos tiempos entraban Coyette y el ‘Tero’ Di Carlo. Recuerdo que jugaba Fútbol Excitante (peruanísimo rebautizo del International Super Star Soccer) en Super Nintendo con mi hermano y sobreescribía el uniforme y los nombres de Rumania por los de Lanús: Petrescu se volvía Loza, Simionato era Belodedici, Ibagaza reemplazaba a Dumitrescu, Raducioiu -por la melena, ya que el juego no permitía editar caras- tenía que ser Enría y, por supuesto, Hagi terminaba siendo ‘Huguito’.

a plurifacéticos cronistas que con honestidad reconocen jamás haber pateado una pelota lanzando recomendaciones acerca de cómo terminar con el fútbol definitivamente; o a la industria de la estupidez farandulera exigiendo a la prensa deportiva investigaciones policiacas en lobbies de hoteles.
El día que se entienda que en las barras coexiste todo tipo de gente y que los violentos son un grupo específico de caras conocidas que siempre van con ganas de armar desmanes y hasta cambian de camiseta entre tribunas para delinquir, se habrá dado un gran paso. Pero vejar por eso a los hinchas que caminan decenas de cuadras para ahorrarse el pasaje y llegar al estadio a depositar su dinero en las boleterías es, también y relativamente, un absurdo. Y que mil de esos hinchas se queden fuera de Sur con entrada en mano, un cachetazo a la demanda de un negocio que ya es reducida de por sí.
O qué decir de los hinchas de la Juventud Rosada, de un pueblo fiestero si los hay como el Callao, para quienes despertarse a las 11 de la mañana un domingo cuando su equipo lleva una rueda sin ganar tiene sabor a cebiche mañanero malo. Pero en el Grau estuvieron las banderas, y hasta también las de los hinchas del Áncash, maltratados por su presidente-congresista con la amenaza frecuente de llevarse al equipo fuera deHuaraz cuando sus tasas de asistencia al estadio son de las mejores de las últimas tres temporadas. 
2. Lo que sangra (la cúpula). Cerati, Bosio y Alberti son la cúpula del micrófono, ‘Dinho’, Kaká y Robinho lo son de esta versión del ‘Scratch’.
4. Sobredosis de TV. Es posible entender que varios de los compañeros de trabajo en esta página pertenezcan a una generación que empezó a ver fútbol con un reloj con el tiempo de juego en la pantalla, y por tanto no estén acostumbrados a portar cronómetro al estadio. Pero es insoportable que en el Monumental, como ocurrió en 2003, haya quienes pregunten por qué se dan cuatro minutos de descuento si el balón estuvo fuera del campo más de 15’. O que se molesten porque el tablero electrónico no muestre la repetición de las jugadas. Apágalo, enciéndelo. No se cree poder resistir un aire demasiado tenso, aunque habrá que sufrirlo este domingo.
6. Mi novia tiene bíceps. Típico domingo con inusual presencia femenina en la tribuna. Y aunque no haya mejor noticia visual para quien acude domingo a domingo a toparse con los mismos vendedores de cigarrillos y canchita, algo falla en el modelo cuando las hinchas solo calientan el asiento y no el ambiente. La selección requiere que se crean superniñas, de esas con las que hay que tener mucho ojo con lo que se les dice. Para este tipo de partidos, el paradigma femenino en la tribuna por seguir en la tribuna debería ser el de las tías Pocha o Kika de la barra del Boys. O el de
En una economía que se rige por las leyes del libre mercado, es perfectamente válido que cualquiera que pueda pagar entre S/.25 y S/.200 (en 2000 y 2003 oscilaron entre S/.30 y S/.250) compre su boleto, vaya al estadio y consuma el producto fútbol como mejor le venga en gana. Así como el 8 de diciembre, al Nacional muchos irán a ver a Soda sin saber más que algún corito, literalmente, de música ligera. Esta sociedad es, por antonomasia, posera.

Palacios es, por antonomasia, el ídolo hecho a la medida del hincha peruano. Esmirriado, calladito, de bigote incipiente aun bien pasados los 30, humilde como el personaje que lo caracteriza en el Especial del Humor cada sábado por la noche. Es el ‘Chorri’, “mano”, el jugador al que el ciudadano de a pie siempre querrá que le concedan una oportunidad y que, en solo cuatro días, ha pasado de ser condenado al asilo en cada artículo que se escribía sobre la oscura campaña celeste a ocupar populistas titulares que lo ponen con un pie en el once que enfrentará a Brasil el próximo 17 de noviembre.
Por todo eso, la lectura es contundente: al ídolo hay que cuidarlo y respetarlo cual reliquia arqueológica. Se puede opinar que no es adecuado que lo convoquen a la selección o sea titular en su club, pero jamás retirarlo o enviarlo a sus cuarteles de invierno. Aunque quizá sea prematuro afirmarlo, es posible que Palacios en poco tiempo pase a ser una especie de “nuevo Cueto” que llenará estadios en partidos de exhibición a la sola mención de su apellido pese a haber compartido generación con jugadores que llegaron a ligas internacionales más renombradas. Cuando siga siendo el personaje que siempre concederá una entrevista de buena gana e incluso, como ocurrió el sábado, rompa él mismo el protocolo del departamento de prensa de su club para buscar a los medios y compartir su alegría -al borde de las lágrimas- con las cámaras y micrófonos que hace menos de un mes no lo perseguían.
Hace una década, por ejemplo, un hincha o un periodista deportivo podía ser o bien delfinista o bien gonzalista; algunos de quienes aquí escribimos pasábamos horas al día polemizando sobre cuál de los dos modelos dirigenciales debía sacar al fútbol peruano del supuesto hoyo en que se encontraba. Hoy, cuando ese abismo es más profundo aún, ya ni siquiera hay un punto de partida para discutir: solo queda espacio para renegar del descrédito.
La respuesta es simple. En este fútbol peruano sobre el que todos hablamos, nadie existe formalmente. No existen los clubes llamados grandes, porque pese a haber logrado consensuar los tres su negativa al continuismo, su capacidad de influir sobre sus pares es nula ya que la elección entre los votantes provenientes del fútbol profesional quedó igualada en seis votos por lado. Tampoco existen, como tales, los demás clubes, ya que -como muchas agrupaciones políticas- no canalizan las demandas de los grupos de interés a los que upuestamente representan (sus hinchadas, para no hablar de socios aún más fantasmas) sino los de cuasipatrones gamonales. Mucho menos existe el poder de la prensa: es muy fácil hoy llenar páginas endilgando a la mayoría de los impresentables presidentes de las federaciones departamentales la responsabilidad de haber sostenido a Burga con su voto cuando ello no es más que el reflejo de lo desatendido que está el teje y maneje de cada una de las ligas locales. ¿Quién habla de cómo se clasifican los equipos en la Copa Perú? ¿Alguien, aparte de Radio Callao, cubre partidos de otras divisiones?
El concepto de largo plazo se remite el partido del domingo próximo, o la clasificación a la Copa Libertadores del verano siguiente que permite recibir cheques de Toyota para sostener presupuestos. Así funciona la industria del fútbol en el país, peleando por migajas de lo que podría ser una gran torta.
Por ahora, el panorama es sombrío, y tan tenso que hasta la gente más ecuánime pierde los estribos. Ni el más acérrimo crítico de Juan Carlos Oblitas, por ejemplo, podría dejar de reconocer que el ‘Ciego’ es tan educado en el plano público como verbiflorido es en privado. Pero entre el mal juego de Cristal y las inocultables presiones sobre los árbitros que siempre existen y se hacen palpables en estos tramos finales de temporadas, 
Amén de las lógicas reacciones de las fanáticas enamoradas del niño de moda del balompié mundial, no han escaseado las peroratas sabihondas de comentaristas en todo el mundo que se rasgan las vestiduras en nombre del futbolista virtuoso y en condena del supuesto daño que se hace a una competición privándola de su mejor jugador. Incluso en este Perú generoso en el que sobran quienes opinan acerca de todo, no han faltado reniegos frente a cámaras exclamando que un juez como Fagundes ha demostrado con su decisión “no haber sabido nunca lo que es patear una pelota de fútbol”.
Así que, para no perder más tiempo en charlas con la pared, es preferible repasar qué lecciones dejan circunstancias similares en la historia del fútbol mundial -mientras otros siguen investigando las edades de los Sub-17 ghaneses por si están aptos para pasar una prueba en Cantolao-.
Quizá no muchos hayan caído en la cuenta de que fue él mismo quien, con sendas tarjetas amarillas en semifinales, impidió a Michael Ballack disputar la final del Mundial 2002 y a Pavel Nedved participar de la final de la Champions League 2002-2003 con la selección alemana y la Juventus, respectivamente. Como Bojan, tanto el germano como el checo habían sido los héroes en los partidos que clasificaron a sus equipos a las finales respectivas: Ballack anotándole a Corea del Sur y Nedved encabezando una épica remontada ante el Real Madrid.
Pero cometieron infracciones. Meier hizo su tarea. Los jugadores fueron sancionados. Sus equipos sintieron sus ausencias. Como la Francia de Zidane o la España Krkic, terminaron como subcampeones.
Los protagonistas: César Cueto y Alberto Tejada, en el verano de 1998. Jugaban un amistoso un combinado de extranjeros que militaban en el campeonato local versus otro de futbolistas nacionales reforzado, como invariable imán de taquilla, por el ‘Poeta’. Entre chiches y toques, aquella tarde Cueto ya había visto una amarilla antes de cometer una falta fuerte a poco del final del primer tiempo, y al médico-réferi (hoy alcalde de San Borja) no le quedó otra que expulsarlo por doble amonestación. El público presente en el Nacional se le vino encima a Tejada, y fue tal la presión -medios incluidos- que para el segundo tiempo, se resolvió que el ‘Poeta’ volviera al campo de juego. El juez acató la decisión, pero habiéndose primero marchado él a vestuarios y dejado su lugar al cuarto árbitro. Alguien que había dirigido ya en un Mundial y aspiraba a hacerlo en otro no podía avalar tal despropósito reglamentario con su presencia, declararía luego con razón Tejada.
La sinrazón dirá que esa tarde el público se fue feliz a su casa al ver una vez más a su ídolo en el campo. Algún atrevido preguntará qué lección les quedó a los niños que vieron aquel partido por televisión. Quizá algún profesor que durante el último año debió mediar para evitar los cabezazos en los pechos de los rivales tenga una buena respuesta.