11.9.07

Tarjeta a la ambivalencia

La expulsión de la gran estrella española del Mundial Sub-17, Bojan Krkic, en la semifinal del certamen entre su selección y Ghana, ha traído a colación un debate eterno en el mundo del fútbol: la preservación del talento versus el cumplimiento de la norma. En la historia, varias grandes ausencias en finales explican por qué tal polémica carece de sentido.

Foto: FIFA.com

A continuación, una defensa cerrada del reglamentarismo a pesar de compartir con muchos de sus críticos la firme creencia de que si el fútbol cuenta con un activo fijo que garantiza su subsistencia, ese es el talento individual.

Las lágrimas de Bojan Krkic Pérez (Linylola, 28 de agosto de 1990) tras ser expulsado por el árbitro brasileño Salvio Fagundes en la reciente semifinal jugada entre España y Ghana por el Mundial Sub-17 han despertado las solidaridades más diversas en el universo futbolero. ¿Y a los niños qué ídolo les enseña cuál es el sentido de la ley? (Foto: marca.com)Amén de las lógicas reacciones de las fanáticas enamoradas del niño de moda del balompié mundial, no han escaseado las peroratas sabihondas de comentaristas en todo el mundo que se rasgan las vestiduras en nombre del futbolista virtuoso y en condena del supuesto daño que se hace a una competición privándola de su mejor jugador. Incluso en este Perú generoso en el que sobran quienes opinan acerca de todo, no han faltado reniegos frente a cámaras exclamando que un juez como Fagundes ha demostrado con su decisión “no haber sabido nunca lo que es patear una pelota de fútbol”.

Sin lugar a dudas, las voces locales que se alzan en ese sentido gritarían en dirección contraria si, por azares de la ronda previa, el rival de semifinales de España no hubiera sido Ghana sino Perú. Es más que seguro que Krkic habría dejado el traje de Oliver Aton para convertirse en el Steve Hyuga favorecido por el peso de su camiseta que amenazaba a Reimond y su pandilla. La cabeza de Zidane, tan inteligente para jugar al fútbol, echó a perder el final de un cuento de hadas (Foto: postimees.ee)Así que, para no perder más tiempo en charlas con la pared, es preferible repasar qué lecciones dejan circunstancias similares en la historia del fútbol mundial -mientras otros siguen investigando las edades de los Sub-17 ghaneses por si están aptos para pasar una prueba en Cantolao-.

Para tarjetas rojas que destruyen sueños, cuál ejemplo podría resultar mejor que la expulsión de Zinedine Zidane en la final de la última Copa del Mundo. Qué amante auténtico del fútbol, luego de aquel recital de ‘Zizou’ frente a los brasileños, no soñaba con una despedida por la puerta grande del francés, más todavía luego de su penal ejecutado “a lo Panenka” en los primeros minutos del cotejo ante Italia. Pero Horacio Elizondo, con su facha de Gargamel, complicaría la vida a los suspiritos bleus y se las arreglaría indirectamente a los azzurros. ¿Alguien podría decir que hizo mal su trabajo? Impulso justificado, reacción imperdonable: la pelada de Zidane fue donde no debió y al rato se retiró mirando la Copa de reojo. Cualquier habitante del mundo decente del fútbol detesta con razón a Matterazzi; a Elizondo, en cambio, solo cabe aplaudirlo a rabiar por haber cumplido con su -incómoda, pero honesta- labor.

Otros casos han sido más parecidos al de Krkic. Dos de ellos, también recientes, tuvieron como protagonista al mismo hombre de negro: el austriaco Urs Meier. Urs Meier en amarillo versión 1: a Michael Ballack en Corea-Japón 2002 (Foto: BBC Sports) Quizá no muchos hayan caído en la cuenta de que fue él mismo quien, con sendas tarjetas amarillas en semifinales, impidió a Michael Ballack disputar la final del Mundial 2002 y a Pavel Nedved participar de la final de la Champions League 2002-2003 con la selección alemana y la Juventus, respectivamente. Como Bojan, tanto el germano como el checo habían sido los héroes en los partidos que clasificaron a sus equipos a las finales respectivas: Ballack anotándole a Corea del Sur y Nedved encabezando una épica remontada ante el Real Madrid. Urs Meier en amarillo versión 2: a Pavel Nedved en la Champions League 2002-2003 (Foto: soccernetwork.com) Pero cometieron infracciones. Meier hizo su tarea. Los jugadores fueron sancionados. Sus equipos sintieron sus ausencias. Como la Francia de Zidane o la España Krkic, terminaron como subcampeones.

No hay que ser abogado ni entender demasiado de leyes para percatarse de que la sanción asignada cumplió su cometido. Y es que ese es el espíritu de la norma: ejercer un acicate sobre el infractor para estimularlo a que no vuelva a cometer su falta. En mundiales hay más ejemplos como los anteriores, en los que el talento de los sancionados tampoco hizo vela en el entierro. Claudio Caniggia se perdió la final de Italia 1990 al recibir una amarilla de parte del francés Michel Vautrot en la semifinal contra el anfitrión; Alessandro Costacurta sufrió lo mismo en EE.UU. 1994 cuando otro francés, Joel Quiniou, lo amonestó en la semifinal ante Bulgaria y lo hizo perderse la final contra Brasil. Ambos también vieron, desde la tribuna, a los rivales llevarse la Copa. Una excepción fue el capitán francés en el Mundial de 1998, Laurent Blanc, quien, expulsado por el juez español García Aranda en la semifinal contra Italia, sí vio alzar la sus compañeros en Saint-Denis ante Brasil -con Ronaldo en las condiciones en que se presentó aquella tarde, a los galos les bastó y sobró el empeño del pelado Leboeuf en la zaga-.

Por supuesto, en este apurado recuento es imposible omitir la mayor “perla” que el fútbol local registra respecto de fallos arbitrales en contra de grandes ídolos. César Cueto vuelve al campo para el segundo tiempo de un partido de exhibición entre peruanos y extranjeros pese a haber sido previamente expulsado por el juez Tejada, 9 de febrero de 1998 (Foto: El Comercio)Los protagonistas: César Cueto y Alberto Tejada, en el verano de 1998. Jugaban un amistoso un combinado de extranjeros que militaban en el campeonato local versus otro de futbolistas nacionales reforzado, como invariable imán de taquilla, por el ‘Poeta’. Entre chiches y toques, aquella tarde Cueto ya había visto una amarilla antes de cometer una falta fuerte a poco del final del primer tiempo, y al médico-réferi (hoy alcalde de San Borja) no le quedó otra que expulsarlo por doble amonestación. El público presente en el Nacional se le vino encima a Tejada, y fue tal la presión -medios incluidos- que para el segundo tiempo, se resolvió que el ‘Poeta’ volviera al campo de juego. El juez acató la decisión, pero habiéndose primero marchado él a vestuarios y dejado su lugar al cuarto árbitro. Alguien que había dirigido ya en un Mundial y aspiraba a hacerlo en otro no podía avalar tal despropósito reglamentario con su presencia, declararía luego con razón Tejada. Garrincha en acción ante Chile en la semifinal del Mundial 1962, cuando le hizo el mejor de sus quiebres al reglamento (Foto: FIFA.com)La sinrazón dirá que esa tarde el público se fue feliz a su casa al ver una vez más a su ídolo en el campo. Algún atrevido preguntará qué lección les quedó a los niños que vieron aquel partido por televisión. Quizá algún profesor que durante el último año debió mediar para evitar los cabezazos en los pechos de los rivales tenga una buena respuesta.

Quien suscribe, por si a alguien le interesa, tiene un único póster de un futbolista en el cuarto y ese es una imagen de Cueto. Como fuere, la historia conserva un consuelo para los empedernidos perdonavidas de ídolos: en el Mundial 1962, la gran figura de la competición, Manoel dos Santos ‘Garrincha’, anotó dos goles en el triunfo 4-2 en semifinales de Brasil sobre el anfitrión Chile. Sin embargo, a los 83’, con el partido definido, el réferi peruano Arturo Yamasaki lo expulsó tras una confusa acción por una agresión al meta mapochino Rojas. Por alguna casualidad de la vida que en el mismo Brasil despierta múltiples versiones, el informe arbitral del encuentro no llegó a tiempo a la FIFA para la final (cabe recordar que por entonces aún no había tarjetas en el fútbol y las uspensiones no eran automáticas), por lo que el gran Garrincha pudo jugarla y contribuir a que la verdeamarelha pudiera alzar la Jules Rimet tras vencer 3-1 a Checoslovaquia.

Yamasaki tiene una estatua de cera en un museo de México, país donde desarrolló el grueso de su carrera. A la industria del fútbol, irónicamente, nunca le resultará rentable vender pósters de Elizondo o Meier, o alguna estampita de Salvio Fagundes.

5.9.07

Puntos (finales) sobre las jotas

Foto: cortesía A. Rodríguez, desde Corea del Sur

Recibimientos, premios, balances, reflexiones, hasta canciones… No ha habido durante los últimos días quién no tenga algo que decir acerca de la Sub-17 de Juan José Oré y su extraordinaria actuación en el Mundial de la categoría. A continuación, algunas razones para aburrir con un comentario más ante los comentarios de moda.


Advertencia: esta no es un carta de agradecimiento al mejor equipo peruano de fútbol en categorías menores de la historia. Tómelo en cuenta: tampoco van a pagarle 16 mil soles por leerlo. Considérelo: puede saberle amargo que en horas de efervescencia popular haya quien prefiera pararse del otro lado de la vereda y plantear puntos sobre las íes -o, literalmente, las jotas- que se afirman acerca del que la sociedad peruana entiende hoy como orgullo colectivo.

No es cuestión de dar la contra al éxito. Este texto partió reconociendo que lo logrado por el equipo de Oré no lo consiguió jamás algún equipo de menores y eso basta y sobra para sacar pecho. Pero inventar rupturas de rachas como que esta selección llevó al país a un Mundial luego de 25 años o que clasificó a cuartos de final luego de 29 raya en lo fantasioso. Mezclar cifras de equipos de distintas categorías es un acto que contraviene cualquier criterio estadístico. En tal caso, África hace rato merecería ser llamado como continente con campeones del mundo por tener a Ghana y Nigeria, o hasta Arabia Saudita (sí, la misma de los dos jugadores por cromo en cada álbum de Panini) entraría en esa bolsa por el título que logró en el Sub-17 de Escocia 1989. Son historias distintas; Hermoza -felizmente- no es Rubiños y Duarte a Chumpitaz solo lo ha superado aún en talla. Que cada cual viva su momento, basta ya de extender culpas.¿Qué sentido tiene cuidar del público de Primera División a hombres de 17 años? (Foto: cortesía A. Rodríguez, desde Corea del Sur)

Otros comentarios son refutables desde nichos menos excéntricos que la estadística futbolera y más relacionados con el sentido común. Se dice: a los ‘jotitas’ hay que encaminarlos en un proceso de desarrollo ordenado. Hasta allí de acuerdo. Se dice: a los ‘jotitas’ no hay que hacerlos debutar en Primera todavía, es populista sugerirlo -a Arrué ya lo calificaron como tal sin siquiera cumplir una semana en el banco de Alianza-. Eso podía tener sentido antes de Corea del Sur con el fin de cuidar piernas; después de ella, lo pierde. La alta competición es cada vez más una exigencia para los 17 años, y el mejor ejemplo en el fútbol actual es Lionel Messi. A partir de lo último, también se dice: que los ‘jotitas’ emigren rápido y nunca jueguen en el medio. Visión miope de quienes siguen pensando que el paradigma de desarrollo del fútbol peruano pasa porque un grupo de iluminados haga grandes partidos y nos conduzca al éxito; la actual es una oportunidad dorada para que la industria del fútbol local explote a sus nuevas figuras, y más bien depende de estas -y su formación familiar- no dejarse arrastrar por los vicios de generaciones anteriores. Indudablemente, si todas las madres de futbolistas supieran contestar a las tautológicas preguntas televisivas como la de Manco, se verían mejores partidos cada fin de semana.

Luego de Suwon, la Sub-15 recibe a Oré como el mejor contexto para que siga cosechando éxitos (Foto: cortesía A. Rodríguez, desde Corea del Sur)La tercera es de cajón: "Oré es un técnico que ha demostrado merecer mayores oportunidades" se repite cual estribillo. Es un franco alivio que ‘Jota Jota’ haya demostrado una sencillez poco común en aquellos técnicos que suman algo de éxito por estas tierras; por lo menos, da la impresión de que nunca cometerá el despropósito de acusar a alguno de sus jugadores de alimentar a su familia con gato. Igual será inevitable que su nombre sea puesto en la palestra cuando ‘Chemo’ pierda dos partidos seguidos, ya que el mundo del fútbol entiende poco de lo costoso que es matar la gallina de los huevos de oro. ¿En qué mejor lugar podría estar un entrenador eficiente en menores si no es con los menores? José Sulantay lo ha entendido bien en Chile; Pekerman en Argentina o Iñaki Sáez en España no lo captaron así y sus respectivas trayectorias lo pagaron.

Y para terminar con este molesto recuento, queda festejar un rubro en el que el Perú lucha decididamente el título mundial: el de los recibimientos apoteósicos y las premiaciones pomposas -ojalá algún día las chicas del vóleibol de Seúl reciban las casas que varios de los funcionarios del gobierno actual les ofrecieron en 1988-. A la gente, por cierto, nadie tiene derecho de quitarle la alegría. Porque al fin y al cabo, este equipo hizo feliz a todos. ¿Qué puede haber mejor para un apasionado del balón que llegar a su trabajo con poco sueño pero con la sonrisa en la boca producto de un amanecer triunfal? Los pies de esta joven y talentosa generación podrían alcanzar logros mayores (y títulos reales) con auténtico trabajo planificado (Foto: cortesía A. Rodríguez, desde Corea del Sur)La Sub-17 logró que el niño que está desaprobado en Geografía supiera que Dusambé es la capital de Tayikistán, y sus jugadores son los responsables de que esa amiga tan interesante con la que uno puede hablar de cualquier cosa menos de fútbol comenzara apreguntar si Perú sería capaz de ganarle a Ghana. El reclamo no es para ese hincha, menos aún para el menor de edad que hasta ahora les hablaba orgulloso a sus amigos acerca de la Copa Kirín; la exigencia es a un sistema que necesita de menos lisonjas y más trabajo planificado. Que la buena estrella de esta selección haya encarnado, en parte, un mal entendido éxito de la desorganización directiva en el fútbol peruano es un efecto negativo que queda como legado. El día en que las botellas se destapen luego de un trabajo ordenado, esta crónica será la primera en invitar a sus lectores a vaciarlas a las 8 de la mañana de un viernes junto al papá de Gary Correa, ya que quien la suscribe se sabrá menos proclive a aparecer, algún día, en una propaganda televisiva de un programa fútbol del recuerdo peinando canas y dando gracias por haber tenido vida para ver a un equipo triunfar por única vez en Suwon y Seogwipo. Punto final.