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1.6.08

Sagas paralelas

El anterior fin de semana, José Soto y Juan Reynoso dejaron de ser técnicos de sus respectivos equipos: Alianza Lima y Coronel Bolognesi. Una nueva coincidencia para ambos, entre las varias que la vida y el fútbol les han deparado.

Fotos: revista Once, ANDINA, DeChalaca.com

Custodiando los extremos de la zaga en las Eliminatorias de 1997 (Foto: revista Once)

Soto y Reynoso, compañeros de zaga en aquella selección que disputó las Eliminatorias rumbo a Francia ’98 -la que más cerca estuvo de devolver a Perú a un Mundial en las últimas tres décadas- nunca coincidieron en otro equipo. Pero sí ocuparon, por ejemplo, la capitanía de Alianza Lima, y supieron lo fue dejar Matute en circunstancias poco honrosas. Conocidísima es la historia de la salida del ‘Cabezón’ en el verano de 1993 para vestir la camiseta de Universitario, en un acto que en tienda blanquiazul fue entendido como una traición; pero hoy por hoy no muchos recuerdan la partida de Soto en el verano de 1995 a Sporting Cristal, cuando justamente este club iba a enfrentar a los íntimos en la Copa Libertadores.

También coincidieron en el único destino futbolero que sus carreras les depararon en el exterior: México. Reynoso se marchó en 1994 al Cruz Azul para volverse referente, capitán e ídolo, y solo dejar el club para un tramo final en el poderoso Necaxa. Soto llegó a tierras aztecas en 1996, contratado por el Puebla; fue titular, pero no alcanzó la nombradía del ‘Cabezón’. Se lesionó y volvió a Cristal en el segundo semestre de 1998, pero nunca se recuperó y no llegó a jugar. Eso le permitió volver al Alianza de Édgard Ospina para el Apertura 1999, con algo de resistencia pero clamando su hinchaje íntimo por delante. Luego debió volver a México por efectos del draft que se efectúa en ese país, para jugar dos años por los ‘Toros’ del Atlético Celaya.

Soto, con un buzo que le impuso el camarín (Foto: ANDINA)

En la selección eran líderes a su manera. Cuando Juan no estaba, ‘Pepe’ lo sucedía como capitán. Eran los dos mejores zagueros del momento, la garantía máxima de seguridad de aquel equipo de Oblitas junto a Julio César Balerio. Soto iba más por arriba y Reynoso se encargaba de las salidas por bajo. Pero ambos, sin querer queriendo, fueron también los que determinaron el fin del ciclo del ‘Ciego’. En aquella definición por penales ante México, en la Copa América 1999, fueron ambos -especialistas desde los doce pasos- quienes marraron sus disparos y sentenciaron la derrota peruana.

Casi una década después, el fútbol hizo que ambos tuvieran sus primeras experiencias como técnicos en dos clubes muy distintos. Soto, en el institucionalmente precario Alianza en el que consiguió despedirse como ídolo y campeón, y del que se retira dejando la sensación de que su hora aún no había llegado; le cerraron la puerta. Reynoso, en el organizado Bolognesi más exitoso de la historia, al cual sacó campeón y pese a lo cual en Tacna nunca fue muy querido; él cerró la puerta y se fue.

Ambos son de carácter algo arisco a primera impresión. Pero en ese aspecto también comienzan las diferencias. Soto supo volver a Matute del todo en el momento clave: Apertura 2001, año del centenario íntimo. Campeón frente al Cristal al que se había ido alguna vez, festejo trepado en el arco Sur, chapa de caudillo recuperada para siempre. Reynoso, apegado al terno y el trabajo científico (Foto: Gian Saldarriaga / DeChalaca.com)Caudillo como Reynoso lo era en Cruz Azul a miles de kilómetros de distancia, pero con algunas peculiaridades: ‘Pepe’ fue siempre más de patota, de camarrilla, de grupete; Juan ejercía ese mandato que proviene de la palabra justa y la reflexión prudente. Uno gritaba y el otro demostraba.

Como técnicos atemperaron esos estilos. Reynoso pegado al trabajo serio en coordinación con el club, al terno heredado de las clases de estudio para obtener el título de entrenador. Soto, al empirismo del improntus y al buzo legitimado por el grupo, que lo impuso como técnico a la dirigencia aliancista cual aldea eligiendo a su jefe.

A Soto le sobraron los cantos de aliento que Reynoso jamás tuvo. Pero Reynoso llegó mucho más lejos como jugador que Soto. A Matute, Soto podrá volver cuantas veces quiera, y Reynoso con seguridad jamás será bien recibido allí. Aunque a Reynoso como técnico ha empezado mucho mejor que Soto, y lo más probable es que siempre siga siendo así.

25.3.08

Para darse de cabezazos

El técnico de Bolognesi en el ojo de la tormenta por sus temperamentales -pero más que comprensibles- reacciones.

Captura: Fox Sports Americas

Juan Reynoso nunca le ha caído bien a mucha gente del entorno del fútbol peruano. Tipo frontal y poco sonriente para las cámaras, ha sabido ganarse anticuerpos, y con él también quienes, como quien escribe, han osado admirarlo como jugador y defenderlo de sus ocasionales críticos. Uno lo veía salir elegante con la pelota, pero para los demás era lento; se aplaudía su raciocinio por asegurar el futuro de su familia con un buen contrato, pero muchos lo tildaban de traidor; no cabía en la cabeza cómo Maturana podía dejarlo fuera de una selección, pero sobraban los que sostenían que era un factor disociador.

Las cavilaciones de Reynoso robaron hasta las pantallas internacionales (Captura: Fox Sports Americas)El ‘Cabezón’, pues, no es mediático. No tiene la sonrisa de Julinho, la gracia omnipresente de ‘Cuto’ Guadalupe o, por citar un caso más acorde con su posición actual, la paciencia oriental del ‘Chino’ Rivera para atender medio por medio todas las preguntas post-partido. Pero su trabajo, le duela a quien le duela, lo hace muy bien: es un técnico calificado, con estudios, de los que viste terno en todos los partidos (¿se acuerdan del brasileño Gil en Alianza cuando cambió el polo con cuello por el saco solo contra Real Madrid?). Y sobre todo, es coherente en su discurso de contribuir a la mejora del fútbol peruano.

En el cotejo de ida ante Cienciano por la Copa, Reynoso perdió la paciencia con algunos de esos críticos. Tildó de mediocre, dicen, al periodismo cusqueño en general, por alguna pregunta en tono de reclamo acerca de por qué había ido a jugar de modo defensivo al Garcilaso. Desatinadísima interrogante, por cierto, ya que cualquiera que ve algo de fútbol en el mundo sabe que de visita, en promedio, se busca el resultado. Pero en fin: nada justifica la generalización, ya que en Cusco, como en el resto del Perú, hay de inga y de mandinga. Bastaba estar el último domingo en la cancha del Monumental para escuchar cómo algún iluminado reportero de televisión no tuvo mejor idea que iniciar su cuestionario a los jugadores del Atlético Minero con un ¿Qué pasó, el apagón los hizo dejar de pensar, no? Célebre.

Esas cosas son parte de la biodiversidad del medio con la que un técnico como Reynoso, formado como tal en México entre conferencias de prensa, debe lidiar. Y en una semana en la que han sobrado columnas atacándolo por su carácter, es justo que los que nos decimos reynosistas -bah, si hay uribistas, cualquier término vale- podamos defenderlo de algún modo. Es claro que el medio no está compuesto enteramente de mediocres: las miradas de reproche al que lanzó la pregunta a los de Minero, por ejemplo, fueron generalizadas en los componentes de la rueda de micrófonos. Por ello, hacer calificativos extensivos es tan inconveniente como hacer tormentas mediáticas de vasos de agua. Sobre todo en un país donde, por ejemplo, un muy buen técnico como Paulo Autuori demostró no estar emocionalmente capacitado para lidiar con el oleaje de vaivenes mediáticos que un cargo como el de seleccionador nacional exige, lamentablemente, por estos lares .

A Reynoso, un tipo que, de modo honesto, quiere ayudar a que todo esto sea mejor, no le queda más que aceptar la realidad de donde se desenvuelve para comenzar a cumplir con su objetivo. A nosotros, en realidad porque nos viene en gana, nos corresponde seguirlo defendiendo de quienes no aceptan que el Perú es capaz de producir hombres de fútbol que piensan mejor de lo que se ríen.

21.12.07

En su cabeza hay más que un gol

En su primera campaña como entrenador, Juan Reynoso vivió el vaivén de las grandes épicas: tomó a un equipo que andaba a los tumbos, coqueteó con el fondo de la tabla y terminó ratificando su carácter ganador con un título. El patrón de juego del Bolognesi del ‘Cabezón’, seguramente, no habría sido el mismo si este no cargara en la mente algunas vivencias que marcaron su carrera.

Un repaso a los momentos más importantes de la vida futbolística de Juan Máximo Reynoso Guzmán (Lima, 28 de diciembre de 1969) delatan lo indiscutible: ante cualquier otra cosa, el ‘Cabezón’ es de aquellos personajes que nacieron para pisar una cancha y vivir, gozar, sufrir y triunfar en torno de lo que les ocurra sobre ella.


Diciembre de 1987. Apegado al trabajo desde sus inicios, aquel sábado 5, un día antes del partido que su Alianza debía jugar con San Agustín, trotó intensamente por el campo de Matute para demostrar que ya se había recuperado de una molesta lesión. Enero de 1989: Reynoso y 'Chemo' del Solar, dos contemporáneos que se iban forjando como líderes con las camisetas de Alianza y Universitario, respectivamente (Foto: Don Balón Internacional Edición Perú, N° 5 p. 14)  Pero Marcos Calderón, como se diría coloquialmente, no entraba en vainas. "Corrí fuerte para demostrar que estaba bien y la lesión me recrudeció”, diría Reynoso después. Al ‘Oso’ eso le importaba muy poco: “No va”, fue su respuesta escueta. Eso determinó que el martes 8, un joven de 17 años que ya se había hecho de un sitio en la volante blanquiazul no estuviera en la nómina de pasajeros que abordó un Fokker de la Marina de Guerra rumbo a la eternidad. En medio del dolor de los días postreros, la prensa no dejaba de reparar en un detalle: de los cuatro jugadores que habitualmente alternaban en el equipo y habían sobrevivido al accidente, el ‘Cabezón’ era el único que pertenecía a la saga de los ‘Potrillos’ -Juan Illescas, el ‘Gatito’ Espino y ‘Colibrí’ Rodríguez eran de otras generaciones-. Por algo, entonces, luego de que el ‘Nene’ Cubillas dejara el club tras el subcampeonato posterior a la tragedia, la capitanía cayó en su juvenil brazo. Juan, hecho para sufrir. Al lado de perder a todos sus compañeros de promoción antes de cumplir la mayoría de edad, cualquier vivencia difícil que le depare el fútbol, como estar una rueda sin ganar al frente de un equipo colero, es manejable. Juan, como ‘Bolo’, duro ante la adversidad.


Enero de 1993. Conferencia de prensa en el Lolo Fernández para anunciar el jale del verano. En épocas en que no existían Kouris o Farahs que hubieran hecho apología pública del transfuguismo, que el capitán de Alianza Lima se estuviera enfundando para los flashes la camiseta de Universitario no tenía, siquiera, respaldo dialéctico alguno. Octubre de 1993: Reynoso pisa Matute por primera vez con camiseta de la 'U'. Los cremas ganarían 0-1 con gol de Baroni (Foto: Estadio, N° 61 p. 6)Nicolás Delfino y Alfredo González -sí, en alguna época conversaban- habían gestado la transferencia y aunque sonara rarísimo, Reynoso era de la ‘U’ en un verano en que Alianza se debatía en una crisis económica terrible y apostaba a afrontar la campaña con juveniles (Waldir y compañía). Alguna vez trascendería que, en su última tarde en Matute, el ya afianzado zaguero central fue consultado en privado por su decisión; dicen que caminó hacia Occidente con el periodista, le mostró un carrito sanguchero y le comentó que, los días de partido, era atendido por el ex golero de un cuadro nisei de Pueblo Libre que se había retirado la temporada anterior, tras el descenso de su club. “Yo no quiero hacer taxi a los 30”, remataría el ‘Cabezón’. Sin duda, para el hincha tal razón valía poco o nada, y sería muy posible que el periodista de hoy, de volver a ser el niño de ayer, destrozara otra vez en pedacitos el póster del capitán con la camiseta blanquiazul auspiciada por el Banco de Comercio. Juan, traidor. Tiempo después, cuando daba su primera vuelta olímpica con la ‘U’ y unos hinchas vestidos de quinceañera recordaban que aliancismo y campeonato eran, por entonces, sustantivos incompatibles, la balanza se inclinaría hacia el lado de la decisión correcta, esa que le abrió las puertas del fútbol mexicano; como cuando desde el banco tacneño sacaba del campo a figuras -Cominges, Vásquez- para hacer cambios que aseguraran un resultado, mezquino pero útil, a toda costa. Juan, como ‘Bolo’, pragmático.


Octubre de 1997. No tenía la espectacularidad de Balerio para atajar penales a Bengoechea, la fortuna de Pereda para embocar un golazo en Barranquilla o el carisma del ‘Chorri’ para levantar al Nacional con un tiro esquinado en el arco uruguayo. Pero a lo largo de toda la Eliminatoria que estaba a punto de depositar a Perú en Francia ’98, el capitán había sido el más parejo desde la defensa central, más allá de que nunca le hubieran faltado críticos. Octubre de 1997: La noche aciaga de Reynoso en Santiago, frente al 'Matador' Salas (Foto: Don Balón Internacional Edición Perú, N° 6 p. 22)Quien suscribe recuerda imborrablemente la tarde del 2 de junio de 1996, ante Colombia en el estadio Nacional, cuando un insoportable hincha sentado una banca atrás hacía las veces de sucursal de dos seudoperiodistas con apodo de felinos y se la había pasado desde el primer minuto tildando a Oblitas de argollero y a Reynoso de lento. Corrían 2’ del complemento y los epítetos habían llegado a tal nivel de lo insoportable que no quedó más que voltear a decirle al tipo que se callara de una buena vez; lo curioso es que, efectivamente, se calló, pero no por el reclamo, sino porque el resto del estadio se había parado a rugir un gol. Al volver la mirada al campo, la retina no alcanzó a ver el tanto, pero sí al ‘Cabezón’ abrazado por Zegarra lleno de grito furioso de gol en la boca, el gol que hizo que Perú empezara a pelear por algo en esa Eliminatoria. El aprendiz de tigrillo no habló más, pero seguramente sí lo hizo 16 meses después después, cuando en Santiago de Chile tuvo lugar la jugada que, a diferencia de la anterior, todos asocian con el apellido Reynoso al evocar esa Eliminatoria: centro a Salas, marca débil del capitán peruano, ‘Matador’ bajándola de pecho en su casa, 4-0 humillante. Juan,
desafortunado. Y es que, para las cámaras, siempre estuvo en el momento menos indicado, como cuando en 1999 disparó un penal a los cielos de Asunción frente a México y Perú quedó fuera de la Copa América; como cuando luego de haber obtenido un triunfazo de visita en medio de la indiferencia del televidente frente a Millonarios en Bogotá, planteó un esquema defensivo en Tacna, ya ante la expectativa general, que terminó firmando su derrota por penales otra vez.
Juan, como ‘Bolo’, poco mediático.


Marzo de 2000. Capitán e ídolo del Cruz Azul mexicano por siete temporadas, con el dorsal ‘4’ en espaldas, era el líder del plantel que debía empezar a disputar las Eliminatorias rumbo a Corea-Japón 2002. En el discurso, formaba parte de los sueños de Francisco Maturana: aun cuando una reciente derrota en las semifinales de la Copa de Oro ante Colombia se había gestado por un fallo de Reynoso, el DT le había endilgado públicamente la responsabilidad a Oscar
Ibáñez, por lo cual parecía un hecho que contaba con su plena confianza, y hasta comentaba en círculos públicos que su juego se asemejaba al de Franco Baresi. Marzo de 2000: La polémica se instala cuando 'Pacho' Maturana deja fuera de la selección a Reynoso pocos días antes del debut eliminatorio frente a Paraguay (Recorte: Once, N° 134 pp. 16-17)Pero el ‘Pacho’ y el verso eran uno solo, y el nombre del ‘Cabezón’ jamás apareció en el listado de convocados para el primer partido ante
Paraguay. Lo borraron, y para colmo el técnico jamás le explicó por qué. La verdad no tardaría en aparecer: la Comisión que encabezaba Lánder Alemán quería que el liderazgo en el camarín lo llevara un jugador más manejable al discutir el reparto de premios, y no alguien que acostumbraba matar por sus compañeros en las negociaciones y cuyo roce internacional no lo hacía presa fácil de los acostumbrados entuertos dirigenciales del medio. Juan, siempre reclamando. El
zaguero cerró la puerta y, con los principios claros y a diferencia de lo que harían muchos de sus colegas, jamás volvió al seleccionado en tanto este siguiera siendo manejado de la misma forma -hasta hoy-; como cuando protestaba por los errores arbitrales en contra de Bolognesi no con el típico argumento de muchos miembros de la ANEF -“me están robando mi comida”-, sino con un mejor pensado “venimos desde fuera para contribuir a la mejora del entorno del fútbol peruano, este es el tipo de fallas que debemos corregir”. Juan, como ‘Bolo’, luchador.


Diciembre de 2007. La vuelta olímpica en el Jorge Basadre y las calles tacneñas se comenzó a gestar, quizá, tres años antes. Apuntó alguna vez Renato Cisneros en su columna ‘El Dardo’ que Reynoso se había retirado del fútbol el mismo día que el ‘Puma’ Carranza y, a pesar de ser un contemporáneo tanto o más exitoso, nadie le había dado pelota mediática. Noviembre de 2007: Reynoso otra vez en Matute, ahora en el banco de 'Bolo' (Foto: Gian Saldarriaga / DeChalaca.com)A lo mejor el ‘Cabezón’, para ganar titulares, debió poner una cebichería en vez de dedicarse a estudiar y trabajar como asistente en el Necaxa, pero lo cierto es que esa inversión le reportó réditos en su arribo al Perú. Técnico de saco y corbata, organizador de conferencias de prensa post-partido, Reynoso ha terminado siendo uno de esos personajes que permiten soñar con un fútbol moderno, auténticamente desarrollado, de primer mundo, en el que se hable de táctica más que de farándula. Con la palabra parca pero respetuosa ante la prensa, con el perfil bajo que lo esconde en el camarín apenas su equipo se consagra campeón para que sean los jugadores quienes se roben el protagonismo ante los micrófonos. Juan, siempre sobrio y elegante. El hombre que en la cabeza alberga más sensatez que las puras ansias de gol características de sus colegas encontró, en la frontera sur, simbiosis con un pequeño enclave de trabajo planificado, filosofía de largo plazo, promoción de jugadores y nula desesperación ante los malos resultados eventuales. Juan, como ‘Bolo’, serio y campeón.