21.5.08

Pena (no) compartida

Cristiano Ronaldo, John Terry y las diferencias de un error compartido.

Fotos: Imago, Reuters

El infausto momento para Terry: un resbalón por el campo lluvioso lo hizo errar el penal (Foto: Imago)Digresión personal del autor de estas líneas: estoy en contra de las definiciones por penales. Siempre he creído que le hacen daño al fútbol, que son el incentivo perverso para que dos equipos se conformen a dejar que el azar lo defina todo. Porque si en algún aspecto del fútbol existe la suerte, ese tiene forma de penal.

Honestamente, preferiría que se gestaran formas alternativas de decidir un ganador. Como que el equipo que cometió menor número de faltas en el partido sea consagrado con el triunfo. O como alguna vez escuché proponer a don Emilio Lafferranderie, ‘El Veco’, que se extienda el suplementario en periodos sucesivos de cinco minutos, al cabo de los cuales cada equipo deberá retirar a un jugador del campo. Con mayores espacios, será más fácil que alguno de los dos rivales llegue al gol de oro que acabaría el partido, incluso en el caso extremo de que quedara un arquero contra el otro (bastaría que le ganara en carrera para que se acabara el partido).

Casi nadie a quien le comento esto está de acuerdo con lo que digo, básicamente porque los penales, me responden, “son lo más emocionante que tiene el fútbol”. Por eso muchos en Winning Eleven juegan definiciones por penales de frente sin pasar por el partido. Por eso en las oficinas, cuando se juega un Mundial o algún partido importante, hasta el que menos sabe de fútbol pregunta de rato en rato a qué hora son los penales. Después de la final de Moscú, me ratifico en lo mismo: el penal es detestable. Porque Cristiano Ronaldo y John Terry, dos símbolos de los rivales, los perdieron, y el resultado no fue el mismo para ambos.

Cech le ataja el penal a Cristiano Ronaldo, quien acabaría festejando (Foto: Reuters)Diferencias al canto. Ronaldo es un fuera de serie, acaso el mejor del mundo luego de lo que hizo en el Luzhniki. Pero me cae pésimo. No solo porque mi hermana menor cambie mi foto en su wallpaper por poner la de él, cada chica a la que le hago el habla me mencione su nombre cuando le cuento que me gusta el fútbol o mi abuela pase por delante del televisor de casualidad en pleno partido y diga “qué buen mozo es ese muchacho”. Tampoco únicamente porque cuando acaba el partido no reacciona gritando el triunfo como un guerrero sino que cae al suelo llorando de emoción. Sobre todo me cae mal porque juega para la cámara y a lo largo de la Champions dejó de dar más de un pase a sus compañeros para procurar su lucimiento. Eso me parece insoportable en un jugador de fuste.

Terry, en cambio, es un tipo sencillo y valiente. Y que además, de haber marcado tapaba la boca a todos los que decían que el Chelsea era un equipo construido sobre la base del dinero y no existía quién se identificara con su camiseta. Para un club que sumó frustraciones en los últimos años pero siempre se mantuvo terco en su pretensión de Champions, que el capitán formado en las canteras de Stamford Bridge fuera el que desatara la vuelta olímpica constituía un ícono futbolero irremplazable. Pero la lluvia hizo su parte y la historia fue distinta.

Distinta la historia y distintas las suertes. A mí, la definición de esta Champions me supo un poco a esos cuentos de fútbol que no terminan de modo feliz para el héroe correcto, como le ocurrió a Zidane hace dos años en Munich en la final del Mundial. Que Francia perdió por penales, los malditos penales.