Diego Aguirre dejó con mucha pena y ninguna gloria el banquillo de Alianza Lima. Al margen de los errores del uruguayo al comando de los blanquiazules, es inocultable que los desaciertos dirigenciales no son novedad en Matute. El caso Mariño evocó los de Paolo Guerrero y Jair Baylón, y sumó una perla más a una lista larga que no se corta por el lado más débil de la pita.
Esas señas acreditaron ante la dirigencia de Alianza Lima a Diego Vicente Aguirre Camblor (Montevideo, 13 de setiembre de 1965) a asumir la dirección técnica del cuadro íntimopara el Torneo Clausura. Tras solo seis fechas en el cargo se va con un récord de prontuariado: tres derrotas en casa, una de ellas la más
abultada de la historia blanquiazul en Matute. Al cierre de estas líneas, y mientras Pepe Soto asume el cargo de modo temporal, varios nombres se vocean para reemplazarlo, todos con pasado aliancista: Miguel Ángel Arrué, Miguel Company, Julio César Uribe y hasta Mario Viera, ex asistente de Pelusso. Pero pese a que la prensa aguardó hasta últimas horas del martes la decisión, ella demorará algunas horas más debido a que, como sentenció el vicepresidente aliancista Carlos Franco a una emisora local, “Alianza no se quiere equivocar” con la decisión que tome esta vez.
Porque Alianza se equivoca, vaya si bastante y de manera escandalosa. La vergonzosa partida al Hércules español de Juan Carlos Mariño, presentado como gran refuerzo para el Clausura, tras haber jugado apenas cuatro partidos con los íntimos, y la posterior imagen de un contrato que lo facultaba a dejar la institución “sin contraprestación alguna” si recibía una oferta del extranjero dejaron en ridículo el poder de negociación de uno de los dos clubes más importantes del país. El eco de Carlos Carpio reclamando al jugador condolencia por haberlo ido a buscar a la misma Argentina invitaba, más que al sollozo solidario, a recordar que la historia de contratos problemáticos no es nueva para la actual dirigencia íntima. En 2002, Paolo Guerrero dejó el club sin haber jugado un solo partido oficial y terminó partiendo al Bayern Munich en una operación que no dejó mayores réditos a las arcas del club. A inicios de este año, se repitió la historia con Jair Baylón, quien al cumplir los 18 años sin contrato de por medio pudo firmar por el Sporting de Braga sin, otra vez, reportar beneficios a Alianza. En ambos casos, la reacción en Matute fue al Carpio-style: satanizar a los empresarios implicados y maldecir el escaso agradecimiento de los jugadores al club que los formó.
Alfonso de Souza Ferreyra es un hombre inteligente de negocios que sabe bien y por formación familiar, a diferencia aparente de la mayoría de los dirigentes que lo acompañan, con qué códigos se maneja el mundo del fútbol. Sabe, también, que la historia íntima lo recordará como un personaje exitoso: tres títulos en seis años de gestión -el de 2007 ya resulta una quimera- hablan de una eficiencia práctica que ha consagrado a Alianza como el mejor equipo del medio en la década y que, sobre todo, le ha permitido recuperar el respeto que perdió ante sus rivales durante las 19 temporadas de sequía de títulos. Y sabe, por último, que cada vez que dejó decisiones importantes en manos de terceros durante este tiempo, los resultados fueron calamitosos; basta recordar el marasmo en que cayó el club cuando pidió licencia del cargo en 2005, año terminado a los tumbos bajo el mando de un inhumanamente manoseado Roberto Chale.La historia reciente de Alianza sabe, pues, de momentos extremos. Así como el oscuro periplo de Chale se lavó con el título de Pelusso, antes la ida de Paolo se había maquillado con la venta de Jefferson Farfán. Pero las fallas tarde o temprano colapsan, y la mejor muestra de ello fue el caso protagonizado por Gustavo Roverano y Raúl Vera. Poco menos de 110 mil dólares adeudados por cuatro años le costaron al club íntimo igual número de puntos en la tabla de posiciones, casi como regla de tres. El cargo de conciencia se ahonda en el caso de Vera, un marcador de punta ignoto para la Primera División que apenas jugó 72 minutos con camiseta íntima. ¿Por qué los errores blanquiazules tienen que ser así de estrepitosos?
La respuesta tonta diría que en Alianza hay solo una mano mágica para resolver problemas que se mueve, literalmente, al cuchicheo. La respuesta perspicaz evocaría un caso de marzo del 2003, cuando el colombiano Edison Mafla se fue de Alianza -también sin jugar- luego de haber sido retirado del banco de suplentes durante los primeros minutos de un clásico ante la U ya que su presencia hacía que los íntimos superaran el cupo de extranjeros; aquella vez, una extremadamente benévola Comisión de Justicia decidió amonestar al cuadro íntimo con un llamado de atención sin retirarle los puntos. La respuesta lógica señalaría que en Alianza el caso Mafla debería dejar de ser visto como el paradigma de la buena gestión dirigencial, y que más bien, en los meses que le quedan a Alfonso de Souza Ferreyra en el cargo, el gran título que le resta conseguir es la formación de una casta apta para heredarlo. En caso contrario, los riesgos son altos, y no siempre habrá un Aguirre para agarrarlos y asumirlos.