Roberto Carlos Palacios Mestas (Lima, 28 de diciembre de 1972) escribió el último fin de semana una nueva página de éxito en una foja de servicios llena de emociones que no son solo de color celeste. El ídolo dijo presente otra vez, y con eso recordó la obligación que tiene el entorno del fútbol de respetar los escasos símbolos de los cuales dispone.

Hace menos de un mes, en la explanada del estadio San Martín de Porres, Roberto Palacios era uno de los últimos jugadores en salir del camarín de Sporting Cristal luego de la victoria 2-0 sobre Sport Áncash. Un poco por la avanzada hora y otro tanto porque los protagonistas de la tarde habían sido otros, al ‘Chorri’, como nunca, no lo acosaba ningún micrófono o cámara.
DeChalaca.com interceptó en ese momento a Palacios y sin mayores preámbulos lo acometió con una pregunta directa: -Hola ‘Chorri’, una duda, ¿desde cuándo no metes un gol de cabeza? El volante recibió la excéntrica interrogante con la sorpresa propia de la estrella acostumbrada al clásico “¿cómo te sientes luego de la victoria?” reporteril. Luego de que los redactores de esta página se apresuraran en aclarar que la consulta obedecía a que durante el partido ante los ancashinos se lo había visto cabecear inusualmente hasta tres veces con peligro sobre el arco de Harold Quiroz, el ‘Chorri’ respondió: -“Jugando acá no recuerdo casi ninguno. Pero los últimos fueron en Ecuador, en un partido contra el Olmedo”.
Así quedó registrado en el artículo correspondiente, aunque 13 años no pasan en vano para cualquier memoria, sea de futbolista o periodista: evocado el dato, más de un acérrimo hincha celeste habrá recordado esa tarde frente a Unión Minas en octubre de 1994 cuando un testarazo de Palacios sombreó a Dionisio Gil y les dio a los rimenses un empate que les valió el primero de los tres títulos nacionales del mejor ciclo de su historia. Valga la magia del video para salvar el olvido; pero, por fortuna para el fútbol, aún no ha llegado el tiempo de que
el ‘Chorri’ haga vivir a la afición solo de recuerdos.
Por eso, cuando el último sábado Palacios definió de cabeza un clásico que la ‘U’ bien pudo inclinar hacia su lado, las sonrisas no solo despertaron del lado rimense. A ese chorrillano que se sacó una vez más en su carrera la camiseta, la blandió por los aires y se ganó por eso una amarilla en el Perú lo quieren casi todos, así el polo que ese día vestía debajo ya no fuera rojo en honor del país ni dijera que amaba a este. Era la vuelta al ruedo de un símbolo, el nuevo renacer de uno de esos jugadores sobre los que algún día uno hablará a los nietos con tono a leyenda para contarles que uno estuvo en el estadio el día que el ‘Chorri’ hizo un gol que podría, quién sabe, comenzar a salvar la peor campaña de la historia de su querido Sporting Cristal.
Palacios es, por antonomasia, el ídolo hecho a la medida del hincha peruano. Esmirriado, calladito, de bigote incipiente aun bien pasados los 30, humilde como el personaje que lo caracteriza en el Especial del Humor cada sábado por la noche. Es el ‘Chorri’, “mano”, el jugador al que el ciudadano de a pie siempre querrá que le concedan una oportunidad y que, en solo cuatro días, ha pasado de ser condenado al asilo en cada artículo que se escribía sobre la oscura campaña celeste a ocupar populistas titulares que lo ponen con un pie en el once que enfrentará a Brasil el próximo 17 de noviembre.
Opiniones al respecto hay muchas y para intercambiar pizarras con 'Chemo’ del Solar existen otros espacios. Por acá, solo merece al respecto apuntar que hace poco más de tres años, a finales de marzo de 2004, cuando Perú cayó 0-2 en Lima frente a Colombia por las anteriores Eliminatorias, la amarga salida del estadio Nacional podía acompañarse como fondo por la voz de un locutor radial que con tono de máxima categórica decía: “Ha llegado el momento, señor Roberto Palacios, de decirle muchas gracias por los servicios prestados y a su casa se ha dicho”. Quien suscribe recuerda haber mirado con rabia a aquel gordito barbón faltoso y solo haber tenido su despreciable imagen en la mente una vez más hasta el último sábado:
cuando solo tres meses después de ese partido con Colombia, el ‘Chorri’ sombreó a dos bolivianos en el arco Sur del mismo Nacional y bailó marinera con 45 mil almas en la apertura de la Copa América
de 2004.
Ese gol explica por sí sola una de las tres inonimias que el apellido Palacios implica para una generación de hinchas peruanos: el juego elegante que dizque el fútbol de este país ha acuñado a lo largo de la historia. Las otras dos bien pueden ser explicadas por los sendos tantos que acompañan al anterior en el video que complementa estas líneas (Fuente: You Tube / Usuario: teamblancoyrojo): el inevitable carácter mesiánico de cualquier héroe enfundado en colores blanco y rojo, como cuando le convirtió a Venezuela para definir un partido agónico en 2000, y la audacia vestida de amor patrio que un pequeño sacó de la galera para clavarle una estaca al gigante Chilavert en su vértice superior izquierdo al inicio de esa misma Eliminatoria.
Aquel ‘Chorri’ de las imágenes ya no era el mismo de los largos remates desde fuera del área de los noventa. Como ahora, cuando emplea la cabeza para gritar gol, tampoco es el jugador de hace un lustro. Es, sin embargo, el tipo de ícono que el fútbol de este país necesita para volverse un producto creíble para sus consumidores. Si hace un año al Clausura le daban vida el espíritu guerrero de Jorge Amado Nunes y sus victorias sobre el rival de siempre, a este campeonato en el que hasta el descenso parece una norma sin piso nada le viene mejor que la resurrección del juego de uno de sus jugadores de mayor nombradía para regalarle interés y expectativa en las tribunas.
Por todo eso, la lectura es contundente: al ídolo hay que cuidarlo y respetarlo cual reliquia arqueológica. Se puede opinar que no es adecuado que lo convoquen a la selección o sea titular en su club, pero jamás retirarlo o enviarlo a sus cuarteles de invierno. Aunque quizá sea prematuro afirmarlo, es posible que Palacios en poco tiempo pase a ser una especie de “nuevo Cueto” que llenará estadios en partidos de exhibición a la sola mención de su apellido pese a haber compartido generación con jugadores que llegaron a ligas internacionales más renombradas. Cuando siga siendo el personaje que siempre concederá una entrevista de buena gana e incluso, como ocurrió el sábado, rompa él mismo el protocolo del departamento de prensa de su club para buscar a los medios y compartir su alegría -al borde de las lágrimas- con las cámaras y micrófonos que hace menos de un mes no lo perseguían.
¿Cómo no valorar a ese tipo único que no es el Drogba ni el Romario de los pobres sino el ‘Chorri’ de la gente, ese al que nunca le importa ganarse una tarjeta amarilla por sacarse el polo y compartir su emoción con el público?

Hace una década, por ejemplo, un hincha o un periodista deportivo podía ser o bien delfinista o bien gonzalista; algunos de quienes aquí escribimos pasábamos horas al día polemizando sobre cuál de los dos modelos dirigenciales debía sacar al fútbol peruano del supuesto hoyo en que se encontraba. Hoy, cuando ese abismo es más profundo aún, ya ni siquiera hay un punto de partida para discutir: solo queda espacio para renegar del descrédito.
La respuesta es simple. En este fútbol peruano sobre el que todos hablamos, nadie existe formalmente. No existen los clubes llamados grandes, porque pese a haber logrado consensuar los tres su negativa al continuismo, su capacidad de influir sobre sus pares es nula ya que la elección entre los votantes provenientes del fútbol profesional quedó igualada en seis votos por lado. Tampoco existen, como tales, los demás clubes, ya que -como muchas agrupaciones políticas- no canalizan las demandas de los grupos de interés a los que upuestamente representan (sus hinchadas, para no hablar de socios aún más fantasmas) sino los de cuasipatrones gamonales. Mucho menos existe el poder de la prensa: es muy fácil hoy llenar páginas endilgando a la mayoría de los impresentables presidentes de las federaciones departamentales la responsabilidad de haber sostenido a Burga con su voto cuando ello no es más que el reflejo de lo desatendido que está el teje y maneje de cada una de las ligas locales. ¿Quién habla de cómo se clasifican los equipos en la Copa Perú? ¿Alguien, aparte de Radio Callao, cubre partidos de otras divisiones?
El concepto de largo plazo se remite el partido del domingo próximo, o la clasificación a la Copa Libertadores del verano siguiente que permite recibir cheques de Toyota para sostener presupuestos. Así funciona la industria del fútbol en el país, peleando por migajas de lo que podría ser una gran torta.
Por ahora, el panorama es sombrío, y tan tenso que hasta la gente más ecuánime pierde los estribos. Ni el más acérrimo crítico de Juan Carlos Oblitas, por ejemplo, podría dejar de reconocer que el ‘Ciego’ es tan educado en el plano público como verbiflorido es en privado. Pero entre el mal juego de Cristal y las inocultables presiones sobre los árbitros que siempre existen y se hacen palpables en estos tramos finales de temporadas,